COLUMNISTAS
"EL LUGAR QUE OCUPO"
Por Jackeline Micolta Victoria (*) Como mujer negra del Pacífico colombiano, esa tierra bañada por las aguas del océano y resguardada por los manglares, impregnada del aroma a cazuela de mariscos, provengo de una región golpeada con dureza por el conflicto armado y sistemáticamente abandonada por el Estado. En mis raíces, en mi cuerpo, en mi útero, en mis manos, residen las huellas del esfuerzo, de la inequidad, de la exclusión. Una exclusión que no comadrea en las plazas de mercado, ni hace fila en los bancos, ni se baña en los ríos; sin embargo, gerencia los bancos, dirige las grandes empresas y gobierna las instituciones. Ese es el lugar de donde vengo. Marzo nos enfrenta a una reflexión colectiva sobre las mujeres, sobre los roles de género, sobre el espacio que ocupamos, el que hemos ocupado y el que se supone debemos ocupar en la sociedad. Pero a esta reflexión le debo añadir una pregunta fundamental: ¿Cuál es el lugar que debemos ocupar como mujeres negras en Colombia? |
(*) Jackeline Micolta Victoria
Mujer negra de Buenaventura. Madre de Juan Camilo. Comunicadora Social, Especialista en Gerencia Social, Magister en Gobierno. Líder de procesos de mujeres y pacientes en Colombia. Más de 17 años de experiencia en trabajo social y comunitario. @jackelinemicolta |
No solo he tenido que buscar un lugar como mujer. He tenido que defender mi inteligencia, argumentar que soy una buena conversadora, que soy multitarea, y que no, no soy la “muchacha” del servicio doméstico, ni la trabajadora sexual, ni la fantasía sexual de algún hombre blanco-mestizo.
He tenido que convencer a los demás de que ser mujer no me hace menos capaz, que puedo asumir responsabilidades complejas y ocupar espacios de participación.
Pero también he tenido que lidiar con el racismo. Porque una cosa es vivir siendo mujer, lo que ya de por sí es complicado en una sociedad machista y patriarcal, pero ser mujer negra significa cargar con una doble discriminación, una doble vulnerabilidad. Y no se detiene allí. Soy del Pacífico, lo que en Colombia se traduce en ser pobre.
Al menos eso me han repetido toda la vida: «Región Pacífico, la región más pobre del país». Crecí con ese titular constante. Pero fue solo cuando me fui a estudiar Comunicación Social y Periodismo en Armenia, y leí el artículo “Buenaventura: tierra de oro y miseria” de Germán Castro Caycedo, cuando comprendí algo mucho más profundo. No solo somos pobres, somos empobrecidos.
Voy a detenerme un momento en Armenia. Cuando llegué allí con 17 años, la ciudad, recién reconstruida tras el terremoto de 1999, me pareció acogedora. Sin embargo, fue en ese contexto cuando me di cuenta de que soy negra. No fue un simple reconocimiento de mi piel oscura, sino un descubrimiento mucho más duro: llevar este color de piel venía con una maleta cargada de prejuicios, rechazos y barreras invisibles que obstaculizaban mi desarrollo personal y profesional, mi posibilidad de salir de la pobreza, de ascender en la movilidad social.
Muchas de mis compañeras “aceptaban a los negros”, me aceptaban, pero con condiciones: no querían hablar como negros, no deseaban vestir como negros, no pretendían vivir donde viven los negros, ni mucho menos “trabajar como negros”. Fue entonces cuando mis pensamientos como mujer negra empezaron a moldearse, a comprender cómo me veían y cómo me convertían en la otra, en el otro; como diría Toni Morrison en su novela “El Origen de los Otros”: «Nosotros creamos a los otros. Los otros no nacen, se hacen. Y lo que hacemos con ellos no tiene nada que ver con lo que realmente son, sino con lo que nosotros necesitamos que sean para justificar nuestros miedos y nuestras injusticias.»
Al finalizar mis estudios universitarios, decidí sumergirme en la comunicación organizacional y en la radio. Sabía que con este color de piel sería muy difícil ser presentadora de televisión; al menos, en la radio nadie podría juzgarme por mi apariencia. Allí, en el espacio sonoro, se quedarían con el tono de mi voz y la calidez de mis palabras.
Así fue como me vinculé como comunicadora social para el cambio de comportamiento y, con ello, dirigí mi primer programa de radio profesional, “Voces de Género”. En ese ámbito, conocí a mujeres víctimas de violencias de género, de violencia intrafamiliar, a mujeres desplazadas por el conflicto armado, a aquellas que habían sido víctimas de racismo y discriminación por su diversidad sexual.
Fue allí donde entendí que lo que había vivido, lo que había aprendido y lo que había experimentado, eran precisamente las herramientas que necesitaba para convertirme en una diseñadora de narrativas para la equidad de género, la inclusión desde una mirada étnica y antiracista.
Hoy, 17 años después de haberme sumergido en este camino, sigo contando historias. Sigo narrando desde las orillas del Pacífico, ese lugar que ocupo y que, como mujer negra, me pertenece. Un lugar que sigo reclamando, un lugar que me acoge, un lugar desde el que sigo soñando con justicia y equidad.
(**) Este artículo se publicó originalmente en @diversasinclusiones en Instagram y el blog es www.diversasinclusiones.com
He tenido que convencer a los demás de que ser mujer no me hace menos capaz, que puedo asumir responsabilidades complejas y ocupar espacios de participación.
Pero también he tenido que lidiar con el racismo. Porque una cosa es vivir siendo mujer, lo que ya de por sí es complicado en una sociedad machista y patriarcal, pero ser mujer negra significa cargar con una doble discriminación, una doble vulnerabilidad. Y no se detiene allí. Soy del Pacífico, lo que en Colombia se traduce en ser pobre.
Al menos eso me han repetido toda la vida: «Región Pacífico, la región más pobre del país». Crecí con ese titular constante. Pero fue solo cuando me fui a estudiar Comunicación Social y Periodismo en Armenia, y leí el artículo “Buenaventura: tierra de oro y miseria” de Germán Castro Caycedo, cuando comprendí algo mucho más profundo. No solo somos pobres, somos empobrecidos.
Voy a detenerme un momento en Armenia. Cuando llegué allí con 17 años, la ciudad, recién reconstruida tras el terremoto de 1999, me pareció acogedora. Sin embargo, fue en ese contexto cuando me di cuenta de que soy negra. No fue un simple reconocimiento de mi piel oscura, sino un descubrimiento mucho más duro: llevar este color de piel venía con una maleta cargada de prejuicios, rechazos y barreras invisibles que obstaculizaban mi desarrollo personal y profesional, mi posibilidad de salir de la pobreza, de ascender en la movilidad social.
Muchas de mis compañeras “aceptaban a los negros”, me aceptaban, pero con condiciones: no querían hablar como negros, no deseaban vestir como negros, no pretendían vivir donde viven los negros, ni mucho menos “trabajar como negros”. Fue entonces cuando mis pensamientos como mujer negra empezaron a moldearse, a comprender cómo me veían y cómo me convertían en la otra, en el otro; como diría Toni Morrison en su novela “El Origen de los Otros”: «Nosotros creamos a los otros. Los otros no nacen, se hacen. Y lo que hacemos con ellos no tiene nada que ver con lo que realmente son, sino con lo que nosotros necesitamos que sean para justificar nuestros miedos y nuestras injusticias.»
Al finalizar mis estudios universitarios, decidí sumergirme en la comunicación organizacional y en la radio. Sabía que con este color de piel sería muy difícil ser presentadora de televisión; al menos, en la radio nadie podría juzgarme por mi apariencia. Allí, en el espacio sonoro, se quedarían con el tono de mi voz y la calidez de mis palabras.
Así fue como me vinculé como comunicadora social para el cambio de comportamiento y, con ello, dirigí mi primer programa de radio profesional, “Voces de Género”. En ese ámbito, conocí a mujeres víctimas de violencias de género, de violencia intrafamiliar, a mujeres desplazadas por el conflicto armado, a aquellas que habían sido víctimas de racismo y discriminación por su diversidad sexual.
Fue allí donde entendí que lo que había vivido, lo que había aprendido y lo que había experimentado, eran precisamente las herramientas que necesitaba para convertirme en una diseñadora de narrativas para la equidad de género, la inclusión desde una mirada étnica y antiracista.
Hoy, 17 años después de haberme sumergido en este camino, sigo contando historias. Sigo narrando desde las orillas del Pacífico, ese lugar que ocupo y que, como mujer negra, me pertenece. Un lugar que sigo reclamando, un lugar que me acoge, un lugar desde el que sigo soñando con justicia y equidad.
(**) Este artículo se publicó originalmente en @diversasinclusiones en Instagram y el blog es www.diversasinclusiones.com