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El Holocausto del Palacio de Justicia
Avanzar hacia una rectificación colectiva
Avanzar hacia una rectificación colectiva
Diego Arias - Especial para Foro Humanos
Autor del Libro Memorias de Abril (Editorial Planeta 2010)
Autor del Libro Memorias de Abril (Editorial Planeta 2010)
Esta no ha sido una semana fácil para Colombia. Es más que evidente que las heridas abiertas por la toma y retoma del Palacio de Justicia en aquellos días aciagos del 6 y 7 de noviembre de 1985 siguen más vivas que nunca, y en la coyuntura presente, luego de varios días de diversas conmemoraciones, queda claro que en vez de haber sido la ocasión para avanzar en la reconciliación, el resultado ha sido la exacerbación de muchas pasiones, acusaciones y reclamos.
No es nada fácil traer al tiempo presente un episodio de una guerra ya concluida, pero que aún habita con enorme dolor en lo más profundo del alma de la nación. Salvar esta enorme dificultad solo es posible dando cuenta con honestidad, humildad y espíritu crítico sobre lo que se hizo y lo que no es bueno que sea olvidado (menos aun imitado), enalteciendo siempre el repudio por la violencia y la desmesura que la guerra (toda guerra) conlleva.
El holocausto del palacio es el hito trágico y doloroso desde el cual los excombatientes del M19 podemos reivindicar el valor de la vida, aceptar con grandeza nuestro error y pedir perdón con humildad.
Por supuesto, reclamar como algo heroico lo sucedido resulta inadmisible, bien sea para justificar tanto la toma del Palacio de Justicia por parte del M19 como la retoma por parte de las Fuerzas Militares. Porque aun en las peores guerras o conflictos existen hechos que nunca jamás podrán ser aceptados y menos aún justificados.
El M19 firmó un Acuerdo de Paz en 1990 el cual ha sido honrado sin lugar a dudas. Y no obstante el otorgamiento de indultos y amnistías a sus integrantes, esa ex guerrilla nunca ha dejado de aportar a la verdad, asumiendo responsabilidades y pidiendo perdón por lo sucedido. Así lo ha hecho en distintos momentos y maneras, incluyendo la comparecencia a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV).
Hay que ganar en un esfuerzo honesto que convoque a todos los actores directamente involucrados, pero también al conjunto de la nación, como un aporte decisivo, honesto y necesario para sanar la herida. Pero para ello se requiere crear un ambiente de respeto y compromiso con el esclarecimiento, alejado de la pretensión política de algunos de esencialmente hacer daño a la imagen del gobierno nacional.
En lo inmediato el Gobierno Nacional debiera tramitar un mecanismo jurídico que resuelva la asimetría dada por el hecho del M19 haber recibido amnistía e indulto mientras los militares incursos en la retoma del palacio pagan largas condenas. Hay responsabilidades compartidas aunque diferenciadas y no obstante la consideración del caso del palacio de justicia como crimen de guerra y/o de lesa humanidad debe ser encontrada la manera de resolver esta asimetría que sería un gran avance en la dirección de sanar la herida y caminar hacia un horizonte de reconciliación.
Tenemos que asumir como nación una gran rectificación colectiva para poder encontrarnos en el único lugar que nos es común: la humanidad compartida ¡
No es nada fácil traer al tiempo presente un episodio de una guerra ya concluida, pero que aún habita con enorme dolor en lo más profundo del alma de la nación. Salvar esta enorme dificultad solo es posible dando cuenta con honestidad, humildad y espíritu crítico sobre lo que se hizo y lo que no es bueno que sea olvidado (menos aun imitado), enalteciendo siempre el repudio por la violencia y la desmesura que la guerra (toda guerra) conlleva.
El holocausto del palacio es el hito trágico y doloroso desde el cual los excombatientes del M19 podemos reivindicar el valor de la vida, aceptar con grandeza nuestro error y pedir perdón con humildad.
Por supuesto, reclamar como algo heroico lo sucedido resulta inadmisible, bien sea para justificar tanto la toma del Palacio de Justicia por parte del M19 como la retoma por parte de las Fuerzas Militares. Porque aun en las peores guerras o conflictos existen hechos que nunca jamás podrán ser aceptados y menos aún justificados.
El M19 firmó un Acuerdo de Paz en 1990 el cual ha sido honrado sin lugar a dudas. Y no obstante el otorgamiento de indultos y amnistías a sus integrantes, esa ex guerrilla nunca ha dejado de aportar a la verdad, asumiendo responsabilidades y pidiendo perdón por lo sucedido. Así lo ha hecho en distintos momentos y maneras, incluyendo la comparecencia a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV).
Hay que ganar en un esfuerzo honesto que convoque a todos los actores directamente involucrados, pero también al conjunto de la nación, como un aporte decisivo, honesto y necesario para sanar la herida. Pero para ello se requiere crear un ambiente de respeto y compromiso con el esclarecimiento, alejado de la pretensión política de algunos de esencialmente hacer daño a la imagen del gobierno nacional.
En lo inmediato el Gobierno Nacional debiera tramitar un mecanismo jurídico que resuelva la asimetría dada por el hecho del M19 haber recibido amnistía e indulto mientras los militares incursos en la retoma del palacio pagan largas condenas. Hay responsabilidades compartidas aunque diferenciadas y no obstante la consideración del caso del palacio de justicia como crimen de guerra y/o de lesa humanidad debe ser encontrada la manera de resolver esta asimetría que sería un gran avance en la dirección de sanar la herida y caminar hacia un horizonte de reconciliación.
Tenemos que asumir como nación una gran rectificación colectiva para poder encontrarnos en el único lugar que nos es común: la humanidad compartida ¡
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EL ORGULLO LGBTIQ+ NO ES ASUNTO DE SÓLO UN MES |
"EL LUGAR QUE OCUPO" |
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Ghina Castrillón Torres Politóloga. Columnista en la Fundación Paz y Reconciliación – Pares. Hija de Buenaventura con más de siete años de experiencia en investigación sobre participación ciudadana, seguimiento a la gestión pública e indicadores de calidad de vida en temas como violencias basadas en género, seguridad, protección y autoprotección, derechos humanos, conflicto y percepción ciudadana. Promotora de círculos de lectura y reflexión feminista. |
Jackeline Micolta Victoria Mujer negra de Buenaventura. Madre de Juan Camilo. Comunicadora Social, Especialista en Gerencia Social, Magister en Gobierno. Líder de procesos de mujeres y pacientes en Colombia. Más de 17 años de experiencia en trabajo social y comunitario. @jackelinemicolta |
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Junio es el mes del orgullo LGBTIQ+, una fecha clave para celebrar la diversidad, pero también para visibilizar las luchas pendientes. En Colombia, hablar de orgullo implica hablar de victimización, pero también de resistencias, pues el reconocimiento pleno de los derechos de las personas con identidad sexual y de género diversa sigue siendo una deuda histórica. Es una lucha que no puede limitarse lo que hacen muchas marcas que en junio se visten de colores, con el arcoíris en sus logos y puertas y el primero de julio están borrando las banderas. Necesitamos políticas, leyes y acciones sostenidas que garanticen la vida digna de esta población durante todo el año. Los crímenes de odio contra la población LGBTQ+, son manifestaciones de una violencia sistemática que se vive tanto en Colombia como en los países de la región. Caribe Afirmativo reportó que 164 personas LGBTIQ+ fueron asesinadas en el país durante el 2024. Esta cifra es la consecuencia directa de un sistema que estigmatiza, invisibiliza y desprotege. A esto se suma una escalada de discursos de odio impulsados por sectores ultraconservadores, que buscan retroceder los avances en derechos humanos y legitimar la exclusión. La violencia transfóbica es particularmente alarmante. Colombia ocupa el tercer lugar de la región en asesinatos a personas transgénero, con 25 casos reportados entre octubre de 2023 y septiembre de 2024 seguido de Brasil con 106 casos y México con 71 casos. Estas cifras, que además pueden tener un subregistro, demuestran la urgencia de reconocer legalmente los transfeminicidios como una categoría específica que exige respuestas institucionales diferenciadas y con enfoque interseccional. Frente a esta realidad, la reciente aprobación en primer debate en la Cámara de Representantes de la Ley Integral Trans en la Cámara de Representantes es un paso importante. Esta Ley busca saldar una deuda social y política con una población históricamente excluida del acceso a salud, educación, trabajo y justicia con una mirada interseccional que reconozca las múltiples formas de discriminación. También lo es el reciente CONPES 4147 para la garantía de los derechos de la población LGBTIQ+. Sin embargo, estos avances deben ir acompañados de voluntad política, presupuesto, pero sobre todo de veeduría ciudadana. Las leyes sin implementación efectiva no salvan vidas. El riesgo de que la discusión se estanque, se archive o pierda bajo intereses moralistas o desinformados es real. Por eso, este no puede ser un tema de un mes junio es una lucha permanente que exige compromiso colectivo. Este es el momento de pasar del arcoíris en los logos a las transformaciones reales. También es clave hablar de representación política. Aunque ha habido avances, como el aumento de congresistas abiertamente LGBTIQ+, persiste una enorme subrepresentación. La violencia política, la estigmatización y la discriminación en los partidos siguen siendo barreras. Debemos exigir garantías democráticas reales para lograr la participación de personas LGBTIQ+ sin que se vean en la obligación de esconder sus identidades. La dignidad no se negocia ni se condiciona. Y desde los sectores progresistas insistimos en que no estamos aquí para pedir permiso. La movilización y la exigencia de garantías plenas deben continuar, más allá de junio. Este mes es símbolo de lucha, no una excusa para el marketing oportunista. A quienes hoy ostentan el poder les decimos que legislar a favor de la población LGBTIQ+ no es un favor es una obligación constitucional. A la sociedad, que todavía se incomoda con la existencia libre de cuerpos y expresiones diversas, le decimos que no daremos un paso atrás. Y a quienes hoy marchan, aman, exigen y resisten, les recordamos que esta lucha es colectiva, digna y urgente. Porque, como ya hemos dicho muchas veces: más mar!ca el que no ama. |
(**) Como mujer negra del Pacífico colombiano, esa tierra bañada por las aguas del océano y resguardada por los manglares, impregnada del aroma a cazuela de mariscos, provengo de una región golpeada con dureza por el conflicto armado y sistemáticamente abandonada por el Estado.
En mis raíces, en mi cuerpo, en mi útero, en mis manos, residen las huellas del esfuerzo, de la inequidad, de la exclusión. Una exclusión que no comadrea en las plazas de mercado, ni hace fila en los bancos, ni se baña en los ríos; sin embargo, gerencia los bancos, dirige las grandes empresas y gobierna las instituciones. Ese es el lugar de donde vengo. Marzo nos enfrenta a una reflexión colectiva sobre las mujeres, sobre los roles de género, sobre el espacio que ocupamos, el que hemos ocupado y el que se supone debemos ocupar en la sociedad. Pero a esta reflexión le debo añadir una pregunta fundamental: ¿Cuál es el lugar que debemos ocupar como mujeres negras en Colombia? No solo he tenido que buscar un lugar como mujer. He tenido que defender mi inteligencia, argumentar que soy una buena conversadora, que soy multitarea, y que no, no soy la “muchacha” del servicio doméstico, ni la trabajadora sexual, ni la fantasía sexual de algún hombre blanco-mestizo. He tenido que convencer a los demás de que ser mujer no me hace menos capaz, que puedo asumir responsabilidades complejas y ocupar espacios de participación. Pero también he tenido que lidiar con el racismo. Porque una cosa es vivir siendo mujer, lo que ya de por sí es complicado en una sociedad machista y patriarcal, pero ser mujer negra significa cargar con una doble discriminación, una doble vulnerabilidad. Y no se detiene allí. Soy del Pacífico, lo que en Colombia se traduce en ser pobre. Al menos eso me han repetido toda la vida: «Región Pacífico, la región más pobre del país». Crecí con ese titular constante. Pero fue solo cuando me fui a estudiar Comunicación Social y Periodismo en Armenia, y leí el artículo “Buenaventura: tierra de oro y miseria” de Germán Castro Caycedo, cuando comprendí algo mucho más profundo. No solo somos pobres, somos empobrecidos. Voy a detenerme un momento en Armenia. Cuando llegué allí con 17 años, la ciudad, recién reconstruida tras el terremoto de 1999, me pareció acogedora. Sin embargo, fue en ese contexto cuando me di cuenta de que soy negra. No fue un simple reconocimiento de mi piel oscura, sino un descubrimiento mucho más duro: llevar este color de piel venía con una maleta cargada de prejuicios, rechazos y barreras invisibles que obstaculizaban mi desarrollo personal y profesional, mi posibilidad de salir de la pobreza, de ascender en la movilidad social. Muchas de mis compañeras “aceptaban a los negros”, me aceptaban, pero con condiciones: no querían hablar como negros, no deseaban vestir como negros, no pretendían vivir donde viven los negros, ni mucho menos “trabajar como negros”. Fue entonces cuando mis pensamientos como mujer negra empezaron a moldearse, a comprender cómo me veían y cómo me convertían en la otra, en el otro; como diría Toni Morrison en su novela “El Origen de los Otros”: «Nosotros creamos a los otros. Los otros no nacen, se hacen. Y lo que hacemos con ellos no tiene nada que ver con lo que realmente son, sino con lo que nosotros necesitamos que sean para justificar nuestros miedos y nuestras injusticias.» Al finalizar mis estudios universitarios, decidí sumergirme en la comunicación organizacional y en la radio. Sabía que con este color de piel sería muy difícil ser presentadora de televisión; al menos, en la radio nadie podría juzgarme por mi apariencia. Allí, en el espacio sonoro, se quedarían con el tono de mi voz y la calidez de mis palabras. Así fue como me vinculé como comunicadora social para el cambio de comportamiento y, con ello, dirigí mi primer programa de radio profesional, “Voces de Género”. En ese ámbito, conocí a mujeres víctimas de violencias de género, de violencia intrafamiliar, a mujeres desplazadas por el conflicto armado, a aquellas que habían sido víctimas de racismo y discriminación por su diversidad sexual. Fue allí donde entendí que lo que había vivido, lo que había aprendido y lo que había experimentado, eran precisamente las herramientas que necesitaba para convertirme en una diseñadora de narrativas para la equidad de género, la inclusión desde una mirada étnica y antiracista. Hoy, 17 años después de haberme sumergido en este camino, sigo contando historias. Sigo narrando desde las orillas del Pacífico, ese lugar que ocupo y que, como mujer negra, me pertenece. Un lugar que sigo reclamando, un lugar que me acoge, un lugar desde el que sigo soñando con justicia y equidad. (**) Este artículo se publicó originalmente en @diversasinclusiones en Instagram y el blog es www.diversasinclusiones.com |